Redescubrimientos también fugaces
Bruno Marcos
He colocado el ordenador en una mesa frente al ventanal que imita un balcón del XIX y me enfrento a una casa mucho más vieja que la que me alberga. Pienso en cuánta gente en el mundo tendrá un paisaje como este, un edificio en descomposición que oculta el horizonte, la vida de una pobre gente que gasta -como yo- su vita brevis en no hacer nada.
Una anciana sale lentamente a su balcón. Está aureolada por unos cuantos rizos caoba y toda la parte posterior de la cabeza está calva. A trompicones se hace un sitio entre la barandilla y el tendedero. Lleva en la mano izquierda 2 o 3 trapos que a buen seguro serán prendas que habrán en vano de sujetar su ya huido calor.
Puede escapar mi mirada hacia la izquierda por una calle que se ensancha hacia una claridad blanca. Un poco por encima un trozo de cielo como desportillado, de entre las pinceladas de color malva parece que le hubieran arrancado fragmentos para dejar ver que detrás no hay nada. En la esquina un edificio que empieza siendo feo y acaba rematado por un ático como para enanitos. Dos ventanas pequeñas, una balaustrada de piedra torneada y dos pináculos como capricho. Pienso en que ese ático estaba ahí esperando a que yo viniese y lo mirase, a que soñase un poco con él, a que lo descubriese, como esos libros de un poeta que murió joven y que de pronto una editorial publica. Pero yo me iré y el ático se quedará ahí sin que nadie lo mire porque incluso los redescubrimientos son fugaces.
He colocado el ordenador en una mesa frente al ventanal que imita un balcón del XIX y me enfrento a una casa mucho más vieja que la que me alberga. Pienso en cuánta gente en el mundo tendrá un paisaje como este, un edificio en descomposición que oculta el horizonte, la vida de una pobre gente que gasta -como yo- su vita brevis en no hacer nada.
Una anciana sale lentamente a su balcón. Está aureolada por unos cuantos rizos caoba y toda la parte posterior de la cabeza está calva. A trompicones se hace un sitio entre la barandilla y el tendedero. Lleva en la mano izquierda 2 o 3 trapos que a buen seguro serán prendas que habrán en vano de sujetar su ya huido calor.
Puede escapar mi mirada hacia la izquierda por una calle que se ensancha hacia una claridad blanca. Un poco por encima un trozo de cielo como desportillado, de entre las pinceladas de color malva parece que le hubieran arrancado fragmentos para dejar ver que detrás no hay nada. En la esquina un edificio que empieza siendo feo y acaba rematado por un ático como para enanitos. Dos ventanas pequeñas, una balaustrada de piedra torneada y dos pináculos como capricho. Pienso en que ese ático estaba ahí esperando a que yo viniese y lo mirase, a que soñase un poco con él, a que lo descubriese, como esos libros de un poeta que murió joven y que de pronto una editorial publica. Pero yo me iré y el ático se quedará ahí sin que nadie lo mire porque incluso los redescubrimientos son fugaces.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home